lunes, 1 de abril de 2013

The coolest kid in town

Cuando tienes veintitantos, la creencia general dicta que nunca más te pasarán cosas tan emocionantes y espontáneas como cuando eras adolescente. Puedes buscarlas, provocarlas, y desearlas con todo el corazón, pero no se siente igual.
Y luego un día te vas a Guadalajara, arañas las paredes porque estás encerrada en un hotel, haces un par de llamadas, y horas después, pum. Ahí está, ahí está el sentimiento que pensabas nunca volvería. La sonrisota, los ojos bien abiertos, las cervezas artesenales, un pésimo plan de última hora que sale bien.
Todo salió bien. Suena raro decirlo, pero TODO salió bien.
Hay momentos tan felices que se convierten en historias. Y esta es de las mejores en mi repertorio, de esas que levantan el ánimo y dan esperanza a los románticos empedernidos. De esas que cuando sea una abuelita (en caso de que algún día tenga hijos y esos hijos tengan hijitos) le contaré a mis nietAs para que sepan que sí pasan cosas bonitas en la vida.
Tengo ganas de que la historia siga, pero todo parece indicar que no es conveniente. Y yo, que nunca he considerado esas nimiedades y me aviento como si no hubiera mañana, me estoy aguantando como nunca.
Miss you, poquito, R.

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