Nunca había disfrutado tanto de mis días como ahora.
Con todo este tiempo libre y tan pocas responsabilidades, es imposible permanecer en casa.
Las ganas de hacer algo diferente en cada oportunidad se ven opacadas por el mismo resultado de siempre, situación que no me molesta, pero me hace mirar todo con ligereza, como si nada importara. Vivir rápido y morir joven se ha convertido en una opción factible para mi.
Personas vienen y se van sin que ninguna cambie el curso de las cosas.
La misma música y el mismo deseo de verte, de saber si estás bien y de corroborar todas esas historias que he escuchado.
La misma dulce resignación de que estamos mejor así.
Notar que las ojeras ya nunca se van, que la comida sigue haciendo estragos en mi, que los pequeños detalles son los que extraño más, que estos días no se repetirán.
Me engaño a mi misma. Estás presente en maneras que ni te imaginas. La conejita sigue en la tarima, el cubo de mil formas y colores está intacto en el librero, las fotos siguen en la papelera sin que me atreva a vaciarla, la postal del bigotón que se parece a ti tiene un lugar privilegiado en mi pared. Y aún así, no me atrevo a hacer esa estúpida llamada pues me aterra que algo salga mal.
Prefiero seguir como hasta ahora, caminando entre los días cual zonámbula sonriente, sin preocupaciones trascendentales, ni dolores insoportables.
Simplemente disfrutando de los mejores días de nuestras vidas.
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