miércoles, 28 de agosto de 2013

Seve

El sábado, después de la terapia familiar, pasé toda la tarde con mi papá.
Me aterra y sobrecoge que ya comienza a decir frases del tipo "Disfrútame porque me voy a ir". Y la verdad, de un tiempo para acá, es notorio su envejecimiento. Desde que lo operaron está muy delgado, ligeramente encorvado y no sé, ese toro del que me colgaba y con quien jugaba luchitas bruscamente es ahora un ser frágil a quien hay que tratar con delicadeza.
Y sí, ya sé que es el ciclo de la vida, que todos nos vamos a morir, que yo también me voy a hacer chiquita y viejita, pero no mames, es mi papá, la persona a quien más quiero en la vida.
Dejando de lado el miedo patológico que me causa pensar en su muerte, algo que me dijo mientras comíamos se me quedó muy grabado. Me pidió, como siempre, que soltara la mano, que ejercitara la pluma, que escribiera algo, lo que fuera, pero que no dejara morir ese talento que, según él, tengo. Después dijo "A mi me han recomendado que escriba todas las cosas que vivimos en el activismo, pero la verdad, con el paso de los años uno olvida muchas cosas. Queda un registro general de lo que pasó, pero ya casi no recuerdo detalles, se me borraron los nombres y las caras."
Chale, ¿por qué todo me duele?

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