Como un acontecimiento sin precedentes, las cuatro mujeres que conformamos la familia Sánchez Salas decidimos ir a terapia grupal. La verdad es que durante muchísimos años nos fue difícil comunicarnos. Las palabras no fluían entre nosotros. Yo, por ejemplo, siempre terminaba con un nudo en la garganta y con la sensación de que no había dicho nada de lo que tenía planeado. Resultaba incómodo expresarnos, nos ganaba la vergüenza. Frases cariñosas estaban reservadas para ocasiones muy especiales, quizás Navidad y Año nuevo.
De un tiempo para acá, todos hemos hecho un esfuerzo por cambiar esta situación, y fue sorprendente ir descubriendo en cada plática, más y más dolores individuales. Definitivamente todas necesitábamos desahogarnos, por lo que acudimos el sábado al mediodía con una terapeuta familiar que nos pidió presentarnos y explicar por qué estábamos ahí.
En pocos minutos comenzó el lloradero, y al estar en un espacio neutral, nos aventamos a decir sin rodeos las preocupaciones, molestias y cualidades que nos afectan de manera profunda, aunque a veces digamos lo contrario.
Por lo pronto, me quedó muy claro que mi adicción lastima a las cuatro personas que más quiero, que caigo en incongruencias a cada momento y que la forma de ser de mi papá, quien por cierto se negó rotundamente a acompañarnos, me ha confundido y conflictuado desde que era una niña.
Esto se va a poner denso, pero no retiramos lo dicho. Venga, familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario